Por Antonio N.
En pleno siglo XXI, donde la tecnología ha avanzado tanto pero no la razón, los conflictos bélicos de gran escala nos bombardean con una doble inmoralidad: sus cruentas consecuencias para inocentes y su alarmante huella de carbono, solo comparada prácticamente con la industria que más emite en el mundo.
Ante la falta de transparencia en los reportes de la industria bélica, debemos recurrir a los pocos registros, pero ilustrativos. Algunas estimaciones indican que los militares y sus industrias de apoyo podrían representar hasta el 5 por ciento de las emisiones globales. El estudio de la Universidad de Brown Pentagon fuel use, climate change, and the costs of war reveló que el Departamento de Defensa de los Estados Unidos tiene una huella de carbono anual mayor que la mayoría de los países del mundo. Se estima que en total, las emisiones de CO2 de los ejércitos de todo el mundo suponen entre un 5 y un 6 por ciento del total de emisiones.
Una cifra más específica proviene del Reino Unido, donde se estimó que la industria armamentística emitió aproximadamente 1.46 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente (MtCO2e) en 2017-2018, una cantidad similar a las emisiones totales de todos los vuelos domésticos del Reino Unido en ese periodo.
A pesar de la magnitud de estas emisiones, la industria armamentística enfrenta presiones crecientes para descarbonizarse. Por ejemplo, se proyecta que si los contratistas no trabajan más agresivamente para reducir su huella de carbono, las emisiones de CO2 podrían aumentar del 2 por ciento actual al 25 por ciento para 2050. La falta de un marco de reporte consistente y la baja prioridad histórica hacia la sostenibilidad ambiental han sido desafíos para mitigar la huella de carbono en esta industria.
La industria bélica, próspera y sucia
La fabricación de armas y vehículos militares, así como su transporte y despliegue, son procesos intensivos en energía que emiten una cantidad significativa de gases de efecto invernadero. Las operaciones militares a menudo involucran el uso de vehículos y armas que queman combustibles fósiles, lo cual contribuye a la huella de carbono. La construcción y mantenimiento de bases militares y otras infraestructuras también requieren energía y materiales, lo que contribuye a las emisiones de carbono. Las guerras pueden causar desplazamientos masivos de personas. Como resultado de ello, una mayor deforestación y otras actividades que liberan carbono a la atmósfera.
Las consecuencias a largo plazo de una guerra pueden incluir la degradación del suelo y del agua, la pérdida de la cobertura vegetal y la incapacidad para gestionar los residuos, todo lo cual puede contribuir a las emisiones de carbono a largo plazo. Además, el gasto militar en sí mismo es un factor que desvía recursos que podrían ser utilizados para la mitigación del cambio climático y la adaptación, lo que a su vez puede tener un impacto en la huella de carbono global.
Sin embargo las ganancias de esta industria ha enceguecido a los tantos beneficiados. El valor de mercado promedio de las 10 empresas armamentísticas con mayores ventas del mundo que cotizan en bolsa aumentó un 18.1% en 2022 respecto a 2021, pasando de 539,549 millones de dólares a 637,100 millones de dólares. Desde luego, Estados Unidos en este negocio es quien más ha ganado; “curiosamente” es también el segundo país más contaminante del mundo, después de China.
Comparemos las cifras anteriores. Un estudio del Foro Económico Mundial asegura que “aunque la inversión anual en soluciones basadas en la naturaleza debería sumar 536,000 millones de dólares anuales para 2050, hasta 2018 sólo se han asignado 133.000 millones de dólares anuales a ese renglón”.
“El presupuesto dedicado a la naturaleza deberá triplicarse para 2030 y cuadruplicarse para 2050. De no hacerse, para la mitad del siglo habrá un déficit de 4100 millones de dólares y las crisis del clima, la biodiversidad y la degradación de la tierra habrán avanzado inexorablemente”, alerta esta investigación.
Ahora, al clamor de paz, se le suma la razón climática.