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Contaminación por plásticos: un riesgo para océanos y planeta

La crisis del plástico revela el vínculo ineludible entre la salud de la tierra y el mar, transformando la conciencia ambiental en una urgente llamada a la acción global.

La primera semana de junio enmarca dos fechas de profunda reflexión global: el Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio) y el Día Mundial de los Océanos (8 de junio). Lejos de ser conmemoraciones aisladas, su proximidad en el calendario funciona como un poderoso recordatorio de una verdad ineludible: la salud de nuestros ecosistemas terrestres y marinos está intrínsecamente ligada. Este año, dicha conexión se vuelve más evidente y urgente que nunca. Con la República de Corea anunciada como anfitriona del Día Mundial del Medio Ambiente 2025, el foco se ha puesto en una de las crisis más apremiantes de nuestro tiempo: la necesidad de poner fin a la contaminación por plásticos.

Plásticos y micro plásticos: una amenaza silenciosa

El problema del plástico ha trascendido la imagen de desechos visibles para convertirse en una invasión silenciosa y microscópica. Los microplásticos, definidos como partículas de menos de 5 milímetros, representan la materialización de esta crisis. Derivados de la degradación de objetos más grandes (secundarios) o fabricados intencionadamente para productos de consumo (primarios), estos fragmentos han permeado cada rincón del planeta. Desde las fibras de la ropa sintética hasta los aditivos en la industria, su origen es tan diverso como su impacto es extenso.

De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el mundo generó aproximadamente 400 millones de toneladas de residuos plásticos el año pasado.

Plásticos: el enemigo común de tierra y océano

La idea de un océano prístino y ajeno a la actividad humana es una ilusión. La realidad es que las masas oceánicas son el reflejo directo de nuestros hábitos en tierra. Como detalla el análisis sobre los microplásticos, una vasta porción de estos contaminantes son secundarios, es decir, se originan por la descomposición de residuos plásticos mal gestionados en el continente. Este flujo incesante de contaminación convierte al océano en el receptor final de nuestros patrones de producción y consumo, demostrando que la batalla por un mar limpio se libra, en primer lugar, en nuestras ciudades, industrias y vertederos.

De la conciencia histórica al compromiso global

La celebración del Día Mundial de los Océanos no es reciente; su concepto fue propuesto por primera vez en 1992 durante la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, un hito que buscaba precisamente resaltar la importancia de los océanos como parte integral de nuestro planeta. Aquella declaración de conciencia sentó las bases para un reconocimiento global que tardó años en oficializarse, pero que hoy es fundamental. Este legado de sensibilización encuentra su eco en la acción contemporánea.

La decisión de enfocar el Día Mundial del Medio Ambiente 2025 en la erradicación de la contaminación plástica, liderada por la República de Corea, representa la evolución de esa conciencia hacia un compromiso tangible. Ya no basta con celebrar y reconocer; es imperativo actuar. Al poner el foco en el plástico, la comunidad internacional, a través del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), establece una agenda clara y unifica la lucha ambiental y oceánica bajo un mismo estandarte.

Se estima que las personas ingerimos más de 50,000 partículas de plástico cada año, e incluso muchas más si se tienen en cuenta las partículas inhaladas

Hacia un compromiso unificado

La convergencia del Día Mundial del Medio Ambiente y el Día Mundial de los Océanos nos obliga a mirar el panorama completo. La crisis de los microplásticos evidencia que no puede haber un océano sano con un planeta contaminado. El anuncio de la temática para 2025 no es solo una declaración, sino una hoja de ruta que exige responsabilidad a gobiernos, industrias y ciudadanos. Pasar de la conciencia generada en Río a la acción concreta propuesta desde Corea es el único camino para proteger nuestro patrimonio común y garantizar que las futuras generaciones hereden un planeta y un océano en los que sea posible prosperar.

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