Por Ricardo Donato
Abandonemos, de momento, la discusión científica y divaguemos un poco. En el episodio 6 de la décima temporada de la serie animada South Park, titulado “Man-Bear-Pig”, un enloquecido Al Gore pide ayuda a los niños que protagonizan esta caricatura para rastrear y aniquilar a un destructivo monstruo, más un mito que una realidad: El Hombre Oso Cerdo, una alegoría disparatada del calentamiento global.
Sí, el ex presidente Al Gore, aquel a quien después de robarle la Navidad presidencial del año 2000, retornó a su activismo ambientalista para advertir de los peligros del calentamiento global con el documental Una verdad incómoda (Davis Guggenheim, 2006), ganador de dos Óscar en las categorías de mejor largometraje documental y mejor canción original. Tachado de alarmista en su momento, ¿quién duda hoy de la verdad incómoda que mostraba Al Gore en su película?
Ante el impacto cada vez más visible, desastroso y recurrente del monstruo climático, son pocos los escépticos y negacionistas que se atreven a ponerlo en cuestión. Hasta el Papa Francisco reconoció la gravedad del fenómeno en su encíclica Laudato Sí de 2015.
Apenas en julio de 2023, además, el pontífice renovó su llamado a los líderes de las naciones para limitar las emisiones contaminantes y redoblar la lucha contra el “desafío urgente e inaplazable” del cambio climático. El Santo Padre del Vaticano, por cierto, alista una segunda exhortación: Laudate Deum, enfocada en su totalidad en la protección ambiental de nuestra “casa común”.
Es curioso, sin embargo, que los discursos de tono más agorero sean las prédicas anticlimáticas de António Guterres. En 2019, el Secretario General de la ONU declaró: “El cambio climático es la mayor amenaza a la economía global”. En 2021 fue más allá cuando dijo: “Basta de tratar a la naturaleza como un retrete”. En 2022, vaticinó: “Nos acercamos al infierno climático, aún con el pie en el acelerador […] La humanidad tiene elección: cooperar o perecer”. Y en 2023, de plano nos sitúo en el averno de “la ebullición climática”. Hace unos días, además, enumeró las prioridades para detener el Reloj del Apocalipsis.
Y así, con todo y la omnipresencia discursiva de conceptos como calentamiento global, sostenibilidad o economía circular; con todo y la Agenda de Desarrollo Sostenible de la ONU y las metas de descarbozación de las industrias; con todo y el ambientalismo hipermediático a lo Greta Thunberg de las nuevas generaciones, en general podemos decir que no existe temor del Monstruo que nos acecha.
Sobre esto dio cuenta en 2018 el capítulo doble “Nobody got cereal” de la temporada 22 de South Park, una secuela de “Man-Bear-Pig”. Ahora los protagonistas claman ayuda al viejo Al Gore (quien los obliga a disculparse por no haberlo tomado en serio doce años atrás) para combatir a un demonio sanguinario que aterroriza al pueblo: el Hombre Oso Cerdo ya no es un mito, es una realidad que asesina a las personas. Y aunque todos tienen la certeza absoluta de la existencia del Monstruo y que están siendo aniquilados por él, distraídos en el fervor consumista que ocupa la mayor parte de sus vidas, los habitantes incrédulos aún se preguntan: “¿Debería comenzar a preocuparme?”.
Sátira social donde muchos se preocupan, pero pocos hacen algo
La alusión a South Park y las ficciones climáticas de J. G. Ballard no son gratuitas. En términos discursivos, la omnipresencia mediática del calentamiento global representa una mito-poética secular que reduce la objetividad científica del fenómeno a una lucha épico-metafísica entre la humanidad y un Monstruo climático aniquilador. Así, en la novela El Mundo sumergido leemos: “El árbol genealógico de la humanidad se podaba sistemáticamente a sí mismo, acaso retrocediendo en el tiempo, y era posible que un día un segundo Adán y una segunda Eva se encontraran otra vez solos, en un nuevo Edén”.
Como señala Rebecca Tuhus-Dubrow, las distopías climáticas evocan un relato muy arraigado: el mal comportamiento de una parte de la humanidad (el Norte global, sobre todo) provoca desequilibrios en el clima, desatando, entre otros efectos, desastres naturales mortíferos que amenazan la supervivencia de las especies y el planeta. Es decir, una reactualización desacralizada de una de las narrativas más antiguas del repositorio humano, “una variación del antiguo mito del diluvio”, en el que una deidad o fuerza omnipotente aniquila a la raza humana por sus pecados. El Monstruo climático sería así el engendro demoniaco que brota de la irresponsabilidad e indiferencia ética (el mal absoluto) del ser humano, de la desmesura (pecado) que implicó la instrumentalización indiscriminada (de interés capitalista) de los recursos limitados de la naturaleza, convertida en “pura materia de dominio”, parafraseando la máxima de Theodor W. Adorno y Max Horkheimer.
El filósofo francés Alain Badiou radicalizó la cuestión durante una entrevista en la que despotricó el ecologismo contemporáneo: “Después de ‘los derechos del hombre’, el ascenso de ‘los derechos de la Naturaleza’ es una forma contemporánea de opio para las masas. Es una religión apenas camuflada: el terror milenarista, la preocupación por todo excepto el propio destino político de los pueblos, nuevos instrumentos para el control de la vida cotidiana, la obsesión con la higiene, el miedo a la muerte y las catástrofes… Se trata de una operación gigantesca de despolitización de los sujetos”.
Sujetos muy preocupados e indignados ante la crisis climática, que reciclan y consumen solo marcas comprometidas con el cuidado ambiental; sujetos veganos que cosechan sus propios vegetales, que hacen senderismo y retiros espirituales; sujetos franciscanos que rescatan animalitos desamparados y recogen concienzudamente el excremento de sus mascotas; sujetos conscientes que habitan edificaciones verdes llevando de estilos de vida sostenibles y apagan sus luces el Día de la Tierra, que conducen autos eléctricos y andan en bicicleta; sujetos prisioneros de pantallas y redes digitales que presumen cada buena obra o acción desinteresada por los otros, incluida la naturaleza. Sujetos modélicos despolitizados que, ni por un momento, se atreven a cuestionar la lógica del hiperconsumo tecno-capitalista que da cuerda hoy al mundo.
Los desastres naturales son siempre sociales
Si bien la divulgación mediática del tema es importante, para los investigadores dedicados al estudio científico del cambio climático es fundamental que gobiernos, industrias y ciudadanos pasen de la retórica del miedo a la práctica de acciones concretas. El agravamiento del fenómeno, que lejos de disminuir adquiere cada vez más fuerza, es razón suficiente para movilizar a los diferentes actores sociales.
“Actualmente andamos en 1.2 ºC de aumento de la temperatura, y apenas estamos en el 2023. De hecho, muchas de las proyecciones que se hicieron en los años noventa para el 2100 están sucediendo ahora. El cambio climático es como una bola de nieve en la que los eventos de retroalimentación sinergizan el calentamiento global. ¿Soy optimista? Desafortunadamente, no. A pesar de que cada vez crece más la comunicación y toma de conciencia sobre el tema se necesita mucho esfuerzo. La respuesta es todavía muy lenta frente a lo evidente de los fenómenos causados por el calentamiento global”, alerta la doctora Xóchitl Cruz Núñez.
En el diagnóstico coincide la maestra María Zorrilla Ramos: “Las medidas impuestas desde los años noventa eran justamente para no llegar a donde estamos. Y ahora los datos advierten que el 1.5 ºC de aumento de temperatura pronto estará aquí, o sea, antes del 2030. Entonces soy pesimista porque sé que esto depende profundamente de la voluntad política, que está muy ligada a intereses económicos a corto plazo. Sin embargo, ahora se habla mucho más sobre el fenómeno y lo que debemos hacer. Hace diez años éramos muy pocas personas las que estábamos aterradas. Ahora ya hay más gente aterrada. Entonces esto puede mover más a la acción”.
México y los desafíos de cara al futuro
Como especialista en inventarios de emisiones de partículas en la atmósfera, responsables del efecto invernadero, la doctora Xóchitl Cruz Núñez llama a despejar la incertidumbre que enfrentan instituciones y organismos enfocados en el impacto del cambio climático: “Inventariar es difícil, se hace cada dos años y este trabajo lo realiza en principio el Gobierno Federal, a través de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. La Semarnat es la que hace los cálculos, le pide a los Estados integrar sus inventarios estatales, que a su vez se arman a través de los municipios. Entonces es como una cadena de eventos: si un municipio tiene un cierto presupuesto para inventariar emisiones, pues lo hace y si no, pues no”.
El gran problema de inventariar y generar información precisa y veraz sobre el fenómeno, añade la investigadora de la UNAM, es la falta de actualización “en tiempo y forma” de los datos, así como los cambios en cuanto a la metodología de cálculo de las emisiones, lo que obliga a recalcular las tendencias: “Como científicos solicitamos datos para hacer el inventario de emisiones, pero con frecuencia no los tenemos. Entonces hay una gran incertidumbre. Cada que cambiamos la metodología tenemos que calcular hacia atrás la evolución del inventario de emisiones”.
Un caso evidente son las contribuciones nacionales determinadas [NDC] presentadas por México, que son las promesas de reducción de emisiones comprometidas del país como parte del Acuerdo de París. En el 2015 el cálculo de las emisiones totales para el 2030 fue de 973 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente [MtCO2eq]. No obstante, en la última nota actualizada, presentada en el 2020, se registró más 991 MtCO2eq hacia el 2030: “Este es un ejemplo, digamos, de cómo cambian los números, de tal forma que no tenemos datos confiables para trabajar. Entonces no sabemos cómo se hacen los números, o si hay una manipulación. ¿Por qué primero se proyectó una cierta cantidad y luego otra? Si no sabemos cuáles son las emisiones de la línea base, esto es, del total de emisiones que vamos a mitigar o que vamos a reducir, menos vamos poder contabilizar si se han reducido o no, las medidas y las acciones para su reducción”, asegura la experta en química atmosférica, cuyo razonamiento recuerda el de Lord Kelvin: definir bien para medir, medir bien, para mejorar.
A la par tampoco hay que descuidar las tareas gubernamentales de mitigación y adaptación al cambio climático: “Mitigar significa atacar las causas del calentamiento global; adaptar con reducir los impactos que ya están con nosotros, huracanes, inundaciones, olas de calor y sequías más severas. La mitigación, además de reducir, debe capturar e invertir en la captura del dióxido de carbono y los GEI que ya están en el aire. ¿Y quién es el que mejor captura? Pues son los bosques y selvas.
Una de las medidas más efectivas que puede impulsar México, que solía tener una gran cantidad de bosques, es capturar dióxido de carbono a través de la reforestación. Pero si vemos las imágenes de satélite, la deforestación del país es inmensa, sobre todo el pulmón que era el sureste, muy abatido en términos forestales”, concluye la doctora Cruz Núñez.
Para la maestra María Zorrilla Ramos, experta en el diseño de políticas públicas para la adaptación al cambio climático por más de 30 años, parte de la solución pasa por politizar aún más el tema ambiental: “Hay una caída en el presupuesto para el medio ambiente terrible. Veníamos de varios sexenios con subidas en el presupuesto, y en el sexenio de Peña Nieto hubo un descalabro que continúa en el presente. Llevamos más de doce años en donde la política ambiental ha ido perdiendo prioridad política. Realmente, la voluntad política sí se mide en la ley de egresos. Yo me he dedicado muchísimo tiempo al análisis de la política ambiental y podemos tener políticas hermosísimas, pero si se quedan sin un peso, aunque estén en el papel, eso quiere decir que no existen”.
De acuerdo con el Grupo del Banco Mundial, para reducir las emisiones de GEI hasta en un 70 por ciento hacia el 2050 los gobiernos deberían invertir un promedio del 1.4 por ciento de su PIB al año. México apenas destinó el 0.4 por ciento de su PIB, equivalente 133 mil 330 millones de pesos, para el ejercicio 2023. Estas cifras, sin embargo, hay que tomarlas con cautela. Como advierte la investigadora del CETRUS, ante los efectos dramáticos del calentamiento global las cifras se quedan cortas: “Uno de los principales impactos del cambio climático y sus eventos extremos es evidenciar las brechas sociales de un país. ¿Cuánto le puede costar a un hotel de lujo en Cancún los daños que deja un huracán? ¿Y cuánto le cuesta el mismo desastre a una comunidad de pescadores que pierden sus casas? Un hotel tiene un seguro, inversionistas, y ahí no importa la cifra. En cambio, el impacto para las personas que lo pierden todo, aunque sea una cifra pequeña, impacta en su calidad de vida futura de una forma tremenda. Por eso es muy peligroso hablar de dinero. Ahora bien, ¿todos los países deben invertir lo mismo? Pues no, la verdad, no. Hay países que contaminan tremendamente más que otros. O sea, cuando hablamos de reducción de emisiones, el concepto de responsabilidades comunes pero diferenciadas es muy importante. Tendría que haber una mayor exigencia a los países que emiten más toneladas de carbono y GEI a la atmósfera”.
De ahí que el tamaño de la crisis ecológica obligue a reenfocar los desafíos climáticos desde una dimensión interdisciplinaria y, sobre todo, político-social: “El problema del cambio climático es muy impresionante. Hace veinte años decían esto va a suceder y ya está pasando: sequías y olas de calor extremas, huracanes más fuertes y lluvias torrenciales, ondas gélidas, etcétera. Pero los desastres no son naturales. ¿A qué me refiero con eso? A que las amenazas naturales siempre van a estar, pero los desastres son resultado de condiciones socio-políticas generadas por la población y los gobiernos. Entonces no hay desastre natural. Hay desastres se generan por las condiciones socio-ambientales inadecuadas en las que habitamos”, concluye la maestra María Zorrilla Ramos.