Por Valeria Lozano
«Perforaremos, baby, perforaremos», fueron las palabras que usó Donald Trump para anunciar su nueva política energética basada en combustibles fósiles y gas. La llamó «revolución energética».
En los últimos años, la economía mundial ha mostrado un repunte en la dependencia del petróleo. Factores como la crisis energética desatada por la guerra en Ucrania y presiones inflacionarias han llevado a algunos países a frenar o posponer la transición verde.
Incluso naciones líderes en energía limpia, como Estados Unidos y Alemania, han dado señales de retornar a combustibles fósiles para garantizar su suministro energético.
Alemania, por ejemplo, reactivó centrales de carbón ante la escasez de gas ruso en 2022, y en EE.UU. han surgido voces políticas que proponen volver a impulsar el petróleo y el gas a costa de objetivos climáticos. Este contexto plantea la pregunta: ¿estamos ante el regreso del petróleo como recurso clave de seguridad energética?
El petróleo en América: Seguridad energética vs. transición
América (Norte, Centro y Sur) se encuentra en el centro de esta tendencia. La región es tanto gran productora como consumidora de petróleo a nivel mundial. Algunos datos recientes ilustran esta realidad:
- Producción: En 2023, Estados Unidos fue el mayor productor de petróleo del mundo con ~21.9 millones de barriles por día, aportando el 22% de la producción global. Canadá y Brasil también destacaron, con alrededor de 5.7 (6% mundial) y 4.3 (4% mundial) millones de barriles diarios respectivamente. En América Latina y el Caribe, la producción conjunta promedió 7.86 millones de barriles diarios en 2022, impulsada principalmente por Brasil (3.0 Mb/d) y México (1.8 Mb/d) y va en aumento gracias a nuevos yacimientos (por ejemplo, el boom petrolero de Guyana en Sudamérica).
- Consumo: Norte y Sudamérica también figuran entre los mayores consumidores. En 2022, Estados Unidos consumió ~20 millones de barriles diarios, equivalente al 20% del consumo mundial. Brasil (3.0 Mb/d) y Canadá (2.4 Mb/d) estuvieron entre los diez principales consumidores globales. En conjunto, el hemisferio americano representó cerca de una cuarta parte de la demanda petrolera del planeta.
- Demanda récord: La sed de petróleo alcanzó máximos históricos. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) reportó que la demanda mundial en 2023 tocó un récord de alrededor de 102 millones de barriles diarios, superando los niveles prepandemia. Solo en junio de 2023 se llegó a 103 Mb/d, un hito impulsado por la recuperación de viajes y la actividad petroquímica en economías emergentes.
Esta creciente dependencia se explica en parte por la búsqueda de seguridad energética. Ante precios volátiles y tensiones geopolíticas, muchos gobiernos prefieren asegurar fuentes conocidas. Estados Unidos, por ejemplo, incrementó su oferta petrolera en ~1.5 Mb/d durante 2023, llevando la producción mundial a otro máximo histórico de 101.5 Mb/d.
En México, el gobierno ha invertido fuertemente en refinar su propio crudo (nueva refinería Dos Bocas) y en fortalecer Pemex, bajo la premisa de “soberanía energética” basada en hidrocarburos. Estas medidas reflejan la percepción de que el petróleo brinda estabilidad energética a corto plazo, aun cuando comprometen los compromisos de descarbonización.
Emisiones en ascenso y calentamiento global
El retorno al petróleo tiene costos ambientales significativos, principalmente en términos de emisiones de gases de efecto invernadero. La quema de petróleo (gasolina, diésel, fuel oil, etc.) emite dióxido de carbono (CO₂) y otros GEI que calientan la atmósfera. En 2023, las emisiones globales de CO₂ de origen fósil alcanzaron un récord de 36.8 mil millones de toneladas, un 1.1% más que el año anterior (Global Carbon Budget | Fossil CO2 emissions at record high in 2023 ). Lejos de disminuir, las emisiones por uso de petróleo aumentaron alrededor de un 1.5% en 2023 (Global Carbon Budget | Fossil CO2 emissions at record high in 2023 ), frenando los avances logrados por las energías limpias.
Los científicos advierten que esta trayectoria es insostenible. Según el Global Carbon Project, de mantenerse las emisiones actuales, existe un 50% de probabilidad de superar 1.5 °C de calentamiento global en apenas ~7 años (Global Carbon Budget | Fossil CO2 emissions at record high in 2023 ). Esto supone sobrepasar el objetivo más ambicioso del Acuerdo de París, con consecuencias climáticas de largo plazo: mayores extremos de temperatura, subida del nivel del mar y patrones meteorológicos más erráticos.
En América, el aumento en el uso de petróleo ya se refleja en las cifras de contaminación climática:
- Estados Unidos –segundo emisor mundial tras China– vio crecer sus emisiones de CO₂ en 2022 (un +0.8%), alcanzando ~4.7 Gt, impulsadas en parte por la recuperación del transporte petrolero (CO2 Emissions in 2022 – Analysis – IEA). Solo la quema de petróleo y sus derivados en EE.UU. generó cerca de 2.000 millones de toneladas de CO₂ (aprox.), una contribución enorme al total global.
- América Latina y El Caribe, si bien emite menos GEI en términos absolutos, también enfrenta aumentos si expande su sector petrolero. Históricamente la región ha aportado ~5% de las emisiones de energía del mundo (Resumen ejecutivo – Latin America Energy Outlook – Analysis – IEA) (gracias a una mayor proporción de hidroeléctrica y renovables), pero un regreso al “oro negro” podría elevar esa cuota. Países como Brasil, Venezuela o Argentina –con reservas importantes– encaran el dilema de explotar esos recursos para desarrollo económico a costa de más emisiones.
El mayor uso de petróleo tensiona así la meta continental de descarbonización. Varias naciones americanas han asumido compromisos de neutralidad de carbono a mitad de siglo; no obstante, recurrir de nuevo al crudo como motor energético dificulta cumplir con los recortes de emisiones necesarios para 2030 y 2050.
Contaminación local y efectos a largo plazo
Más allá de las emisiones de CO₂, una dependencia renovada del petróleo conlleva otros impactos ambientales directos:
- Calidad del aire: La combustión de gasolina y diésel emite contaminantes como material particulado (hollín), óxidos de nitrógeno (NOx) y compuestos orgánicos volátiles, que contribuyen al smog urbano. Ciudades latinoamericanas con alta circulación vehicular –Ciudad de México, São Paulo, Santiago– ya sufren problemas crónicos de calidad del aire ligados a los combustibles fósiles. Un uso prolongado o creciente de vehículos a petróleo empeoraría estos indicadores, afectando la salud pública (más enfermedades respiratorias, cardiovasculares, etc.).
- Derrames y ecosistemas: El aumento en producción y transporte de crudo eleva la probabilidad de derrames petroleros y fugas. Estos accidentes pueden devastar ecosistemas terrestres y marinos. Un ejemplo reciente ocurrió en México: un derrame en julio de 2023 desde una plataforma de Pemex en el Golfo de México cubrió al menos 467 km² de mar con una mancha de hidrocarburo (México: consecuencias ambientales del derrame de petróleo que Pemex minimizó). El crudo llegó a las costas de múltiples estados (Tamaulipas, Veracruz, Campeche), causando daños potencialmente irreparables en manglares, arrecifes y fauna marina según expertos ambientales (México: consecuencias ambientales del derrame de petróleo que Pemex minimizó). Eventos similares, como el desastre de Deepwater Horizon en 2010 o derrames en la Amazonía ecuatoriana, han demostrado que la huella ecológica de la industria petrolera puede ser profunda y duradera.
- Degradación por extracción: La exploración de nuevas reservas en América amenaza áreas ambientalmente sensibles. En la cuenca del Amazonas, la prospección petrolera ha implicado deforestación y contaminación de ríos, afectando comunidades indígenas y biodiversidad. Asimismo, la explotación de arenas bituminosas en Canadá conlleva la destrucción de bosques boreales y elevadas emisiones de metano por la quema (flaring) de gas asociado. Estos impactos locales se acumulan en el tiempo: suelos infértiles, aguas contaminadas con hidrocarburos pesados y pérdida de hábitats críticos.
En el largo plazo, persistir en un modelo energético petrolero intensifica el cambio climático. El calentamiento global trae consigo sequías más severas en regiones como el occidente de Estados Unidos y México, huracanes más intensos en el Caribe, e incendios forestales desde California hasta la Amazonía. Paradójicamente, estas alteraciones climáticas ponen en riesgo la propia seguridad energética (afectando producción agrícola, infraestructura eléctrica, etc.), generando un círculo vicioso si no se controla a tiempo la fuente del problema.

Encrucijada energética
El resurgir del petróleo como pilar de la economía ofrece una solución rápida a las preocupaciones de suministro y precio de la energía, pero plantea serias amenazas ambientales. En América, volver a abrazar el crudo puede reforzar la independencia energética a corto plazo –garantizando combustible para transporte, industria y generación eléctrica de respaldo– pero a costa de mayores emisiones de gases de efecto invernadero, más contaminación y un aceleramiento del cambio climático a largo plazo. Las cifras recientes son elocuentes: consumo y producción en máximos, al igual que las emisiones globales de CO₂.
Los expertos enfatizan que este camino no es sostenible. Mantener al petróleo como recurso clave prolonga un modelo de desarrollo con fecha de caducidad climática. Por ello, instituciones internacionales como la AIE instan a redoblar la inversión en energías limpias incluso en medio de la crisis energética, para evitar un retroceso permanente.
En última instancia, la disyuntiva se resume en seguridad energética presente vs. seguridad ambiental futura. Encontrar un equilibrio –diversificar matrices energéticas, aprovechar el gas y petróleo de manera más limpia y simultáneamente impulsar renovables– será crucial para América y el mundo. El petróleo puede brindar una “red de seguridad” temporal, pero no debe convertirse en un ancla que impida avanzar hacia un sistema energético sostenible y resiliente frente al clima. Como señala la ciencia, el tiempo para corregir el rumbo se agota, y las decisiones de hoy marcarán el clima y la salud del planeta en las próximas décadas.