Enfrentando la verdad incómoda: una reflexión sobre las efemérides ambientales

Por A. Grandson

El Día Mundial del Medioambiente es una farsa. O por lo menos eso es lo que parece a la luz de las cifras y los hechos. Es una farsa porque mientras muchas personas son activamente conscientes, los grandes tomadores de decisiones han hecho todo lo posible para desoír lo que el planeta les reclama.

Será a la contaminación por los desechos plásticos que estará dedicado este 5 de junio. Según la ONU, creadora de este día, se estima que la cantidad de plásticos podría triplicarse de aquí a 2040; además, destaca que entre 19 y 23 millones de toneladas de desechos plásticos terminan cada año en lagos, ríos y mares.

Un buen intento de diálogo sobre la materia ambiental mundial podría comenzar con un poco armonioso desfile de cifras. Tenía una lista inmejorable como lamentable, pero esta columna no va de citar fuentes al alcance de todos. Lo que es relevante en este espacio no es reproducir en coro que ésta es una fecha para llamar a la conciencia de todos, porque justo eso es lo que menos ocurre. Y, para muestra, los datos.

Esta columna trata de las ideas, que es el punto de partida de todo, e intenta responder a un enigma tan contemporáneo: ¿Por qué no hemos logrado resolver la crisis ambiental mundial?

Steven Pinker, un renombrado científico cognitivo, lingüista y escritor canadiense, dice que «las ideas influyen en la manera en que resolvemos los problemas del mundo al proporcionar marcos conceptuales y teóricos que dan forma a nuestras acciones. Las ideas pueden inspirar soluciones innovadoras, catalizar cambios sociales y promover el progreso humano en diferentes ámbitos».

Las ideas de las que habla Pinker tienen una estructura compleja, son un sistema, nacen de los contextos culturales, sociales, económicos, específicos.  Hay tantas ideas como estrellas.

Una idea entra en ciertos consensos porque un grupo está enmarcado en un contexto particular cultural, histórico, social, etc. Todos sabemos que el cambio climático es un problema urgente, que entra en crisis con el actual modelo económico mundial. Y esto ocurre porque nuestro contexto histórico ha estado marcado por tres grandes hitos: la pandemia, la guerra y, desde luego,  la crisis climática. Los pocos negadores climáticos que quedan son una minoría poco representativa, como los terraplanistas.  

A lo anterior habría que agregarle un inconveniente, si se quiere, parte central de este asunto. A pesar de que compartimos el consenso de que hay un desafío planetario, no todos nos aproximamos a la problemática ㅡy soluciónㅡ de la misma manera. ¿Por qué?

Pongamos un ejemplo. No se acercan de igual forma al problema ambiental el dueño de una gran empresa energética española que un defensor ambiental de la selva amazónica. Los intereses definen las ideas más de lo que imaginamos.

Pues bien, el poder económico lo es todo. Con todo quiero decir que es ahí donde se dirime el futuro de nuestro planeta; en el interés económico están los intereses de las grandes corporaciones, que son las que en el actual sistema económico mueven las políticas (que deberían ser las transformadoras) a través del cabildeo. Y todo esto se articula a través de las ideas.

El caso de Exxon Mobil es emblemático en su penosa y casi criminal campaña de contrainformes sobre el cambio climático; o la Organización Mundial del Comercio, que se ha usado como plataforma de las “guerras comerciales”, en donde los programas de descarbonización sos aplastados bajo demandas internacionales, como el caso de Ontario, que en 2010 había establecido uno de los programas climáticos más importantes del mundo, pero que Japón y la Unión Europea demandaron con el argumento de que “la Ley de Energía Verde de Ontario discrimina injustamente a los productores de equipos de energía verde fuera de Ontario”. Como parte del plan de creación de empleo, la ley exige que cierto porcentaje de los equipos utilizados en los proyectos de Ontario se fabriquen en la provincia. Un escándalo.

Así, mientras Greta y otros ambientalistas mediáticos han colocado en la conversación pública nuestra crisis, las grandes corporaciones asisten a las cumbres del clima en jet privados (emisiones y emisiones), y son presididas, como la COP 28, por el CEO de una petrolera, el Sultán Al Jaber. ¿A quién no le provoca una disociación cognitiva lo anterior?

Y hasta aquí las ideas siguen operando a un nivel significativo, como dice Pinker, porque estamos ante un proceso tan intrincado debido a que la narrativa la podremos ganar muchos, pero la inacción la están ganando pocos, que son los que al final deciden el futuro planetario.

Al mismo tiempo, nadie negaría que son muchas las empresas que han echado a andar grandes y ambiciosos planes de descarbonización. Que las hay muy conscientes y preocupadas por un futuro calamitoso. Pero, con todo, los esfuerzos de unas cuentas parecen ineficaces para el tamaño de desafío que enfrentamos.  

Volviendo a las ideas, en un nivel profundo, la constitución de éstas comportan algo tan complicado que se ha analizado a nivel cognitivo cultural. Es decir, la orientación ideológica de las personas también influye en cómo ven y resuelven las cosas en su entorno, en su mundo.

Y luego están las noticias, la información ㅡtan puesta en entredicho en nuestro tiempoㅡ, porque no todo lo que leemos es cierto, o está manipulado, o simplemente no tiene interés de construir una búsqueda de verdad, sino de seguir ocultándola. 

Entonces, las ideas tienen que ver con lo que leamos, nuestra orientación ideológica, nuestro sesgo cognitivo, nuestro contexto cultural, social, económico. Incluso, si pensar una cosa u otra depende de nuestro sueldo.

Desde luego, como esta columna no se titula “Un pesimista climático”, quiero advertir que los esfuerzos que se hacen no se pueden ni deben frenar. Al final, los grandes cambios verdaderamente importantes en la historia son saltos que llevan décadas. Aunque, ese es el problema: el cambio que necesitamos no resiste mayor dilación.

Por eso, la farsa del Día Mundial del Medioambiente es una caracterización que nace de un desacuerdo con las efemérides efímeras que no están cambiando las cosas con la urgencia y velocidad que se requiere. 

 Necesitamos más acción colectiva y, desde luego, socializar las discusiones, porque es otra manera de construir ideas colectivas que respondan a un mayor número de personas en la misma búsqueda de cambio. Y entonces las ideas habrían encontrado las condiciones de posibilidad.

Este 5 de junio espero que nos hagamos otras preguntas para llegar a nuevas respuestas, y que las ideas ayuden a cambiarlo todo.

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